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Platino Paladio

Me quedé un rato largo mirando la foto, atrapada en el clima que tenía, en los miles de tonos de grises que componían la imagen. Solté el aire que me había olvidado en los pulmones. Si la imagen hubiera sonado habría sido una sinfonía estridente y silenciosa. Era una foto revelada con platino-paladio y fue como un llamado.

En los siguientes meses, las imágenes platino-paladio volvieron a mí: por un fotolibro intimista, por medusas alienígenas, por las imágenes de Shackleton en la Antártida, por los retratos profundos de vaya uno a saber qué etnia.

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Tenía que ir por el platino-paladio. No me pregunté por qué o para qué, me puse a investigar: la pregunta era quién. Quién me podía enseñar, qué espíritus decimonónicos había que despertar para traer este revelado a mi vida.

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Aprender platino-paladio requiere de un guía que te lleve por el camino que ha hecho: con sus aciertos y errores, sobre lo que ha experimentado y reflexionado, sobre lo que ha leído, con lo que se ha frustrado, con las pequeñas grandes victorias de laboratorio.

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Me encontré con una cofradía dispersa por el mundo, que está prendada por lo mismo. Hace un par de meses en Barcelona y Espinavessa, y la semana pasada en Santiago de Chile aprendí a revelar con platino-paladio a través de jornadas de inmersión absoluta. Fueron días de alegría extrema, fueron días intensísimos, fueron días de conocer gente maravillosa a la que le estaré siempre agradecida por compartir conmigo sus saberes y su hospitalidad.

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Ahora viene a mí toda esa exquisitez: una imagen embrionaria que flota en una cubeta, y luego en otra y en otra, bajo olas de luz roja. Unos pasos que parecen de magia para que, si he sido rigurosa, aparezca algo que transmite un sentimiento, algo que tira de alguna fibra íntima. La secretísima emoción de crear algo bello. Algo: una imagen que habla por mí.

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